MÚSICA PARA TODA UNA VIDA
Nunca tuve la sensación de ser un fan de Héroes del Silencio. Mi inconsciencia de seguidor incondicional me llevaba mucho más allá. La verdad es que tampoco pensaba demasiado en ello. Me interesaba mucho más exprimir al máximo la vivencia de cada concierto que formar parte de clubes y adscripciones, de vestir camisetas o lucir chapas. Probablemente esa inconsciencia, mi particular manera de sentir la militancia, y la naturalidad con la que mi vida transcurría entre directo y directo sean los más evidentes síntomas de una adicción que nunca pensé en tratar. Ni yo, ni ninguno de quienes decidieron compartir este viaje de vida y música.
Lennon dijo que la vida es lo que pasa mientras haces planes. Durante largo tiempo la mía fue lo que pasaba entre gira y gira, en la espera de cada disco y en la logística para ir acumulando kilómetros y el mayor número de conciertos posible. Nunca eché cuentas. Un día alguien me preguntó y traté de ponerlos en orden. Fueron casi 70, desde el 25 de septiembre de 1989 en Altea (Alicante), al del 20 de junio de 1996 en el polideportivo municipal de Godella (Valencia). Casi siete años de distancia entre uno y otro, multiplicando vivencias y forjando amistades que todavía hoy perduran.
Con la EGB todavía humeante y la ingenuidad de quien no había pisado un concierto en su vida, tomé aquel autobús desde Valencia hasta Altea, mis primeros 140 kilómetros de carretera que transcurrieron con la curiosidad ingenua del joven que nunca pensó que la música de un grupo zaragozano iba a conducir y bendecir su adolescencia.
Desde hacía más de un año, el maxi de héroe de leyenda sonaba muchísimo en las discotecas de Valencia. Y el grupo ya había dado muchos conciertos por pueblos de toda la provincia. También de Castellón y Alicante. Pero uno nunca olvida lo que sintió en el primero. A mí me desbordó la adrenalina por la fuerza del grupo en los shows en directo. Y comenzó a perturbarme la expectativa de repetir sensaciones, de vivirlas junto a colegas que aceptaran la aventura y de compartir cierta actitud revolucionaria y gamberra ante la vida. Esa rebeldía iba mucho conmigo. Me identificaba.
Desde Altea ‘89, ya nunca más dejé de acudir a cualquier concierto a una distancia que me permitiera llegar con la pequeña Honda NSR de 80 centímetros cúbicos, algo más potente que un ciclomotor, con la que quemé la costa levantina a partir de los 17 o tirando de conocidos algo mayores que ya disponían de carné de coche.
En octubre, el concierto por las fiestas de Puzol, pueblo vecino del mío, Rafelbunyol, a escasos 15 kilómetros al norte de Valencia, sirvió para ir sumando apóstoles a la gran fiesta en que convertíamos los viajes. Y seguían nuestros escarceos para acceder a los miembros del grupo en esa liturgia que debe seguir al show de cualquier grupo que pretenda vivir el rock. Apurábamos cualquier instante con ellos y aprovechábamos para consultar próximas fechas de la gira. Esa era nuestra vida.
Por allí ya asomaron algunas de las personas con los que he compartido andanzas, miles de kilómetros y noches de sueño en el coche. También fiestas y veranos memorables, de ciudad en ciudad. Entre ellos, Beni, David o El Roqueta, un rockabilly militante, de los de tupé, chupa de cremalleras, pañuelo anudado al cuello y zapatones. En aquellos primeros contactos post concierto ya nos sentimos muy bien tratados por Pedro, Joaquín, Juan y Enrique, después de conciertos que se alargaban más allá de las dos horas y media.
Apenas diez días después de Puzol, el 11 de noviembre, llegó Manises, también muy cerca de casa, y el primer contacto algo más cercano y personal con la banda. Entre cervezas, nos lanzaron un cariñoso reto: por delante tenían cuatro conciertos por pueblos de Murcia. “Nos encantaría veros por allí”. Y ahí arrancó la primera aventura, un viaje a Totana con el que demostrábamos nuestro compromiso con el grupo que, no sólo nos hacía disfrutar, sino que nos agradecía el esfuerzo con el cariño y la proximidad de los miembros de la banda. A Rosa apenas la conocíamos de aquella tarde de concierto. Pero le iban este tipo de planes improvisados. Y se apuntó.
Además de ser un personaje auténtico y que llamaba la atención a distancia, El Roqueta era vecino del barrio, algo mayor que yo y poseía el mayor tesoro de juventud: carné y la posibilidad de pillarle el coche a su padre. Aquel Renault 9 blanco, con el tacómetro ya cargadísimo, fue nuestra primera opción para los casi 300 kilómetros que había que chuparse para llegar a tiempo al concierto, aquel sábado, 25 de noviembre del 89. Obviamente, no informamos en casa de nuestro destino. Tampoco al dueño del vehículo. Nunca lo hicimos, por el bien de nuestras respectivas y sufridoras madres.
Habíamos cumplido nuestro compromiso. Estábamos en Murcia y el grupo entendió el esfuerzo de aquel grupo de chavales de Valencia. Desde aquel concierto y en las giras sucesivas, nunca nos faltó un backstage. Y, cuando la cosa cuadraba, nos daban acceso a las pruebas de sonido, como aquella calurosa tarde de sábado en que nos regalaron la posibilidad de ordenar la setlist del concierto de esa noche de julio de 1991 en Guardamar del Segura.
Nuestra sorpresa fue total cuando, en lugar del potente arranque con ventiladores del Entre dos tierras, Enrique cumplió a rajatabla el orden que nosotros, emocionados, habíamos establecido en la prueba. Nuestra particular manera de ordenar las canciones la gira de Senderos de traición arrancaba con La lluvia gris, una de las excelentes canciones de El Mar no cesa. Detallazo para el zurrón de vivencias que nos llenó el depósito de gasolina para ir enlazando conciertos, exprimiendo aquella rabia insolente que desbordaba nuestra juventud.
Una gira continua. Fueron meses sin apenas descanso para el grupo. Tampoco para nosotros, que convertimos el R5 familiar y, sobre todo, aquel Citroen AX conducido por Beni en nuestras particulares casas rodantes. En los viajes sonaban el Use your Illusion I de los Guns & Roses, el Taking on the World de los escoceses Gun y, por supuesto, algunas de las piezas menos conocidas del repertorio de los Héroes: La Decadencia, El cuadro u Hologramas, que encendían los ánimos y hacían emerger nuestros cuerpos por las ventanas de aquella pequeña caja de hojalata con ruedas que era el AX.
Éramos jóvenes y resistentes. En las fiestas del Pilar de 1990 hasta cuatro personas pasamos tres noches apretujados en coche, esperando el que sería uno de los conciertos míticos de aquel año, celebrado en el Paseo de la Independencia de Zaragoza y con entrada gratuita. Ni fue la primera ni la última vez que pasamos noches en el coche, mientras íbamos sumando apóstoles a la causa, como el primo Steven, sangre de mi sangre, y Manu, que, melenas al viento, no dudaban en apuntarse a casi todo.
Los conciertos en Zaragoza siempre fueron especiales. Lo eran para el grupo y también para nosotros, que nos empapamos de mucha de la música que surgió aquellos años en la ciudad. Todavía recordamos como un gran regalo el gran macroconcierto en el estadio de La Romareda de las fiestas del 91. Bajo la lluvia gris actuaron Las Novias, Los Niños del Brasil, con Héroes del Silencio rematando el éxtasis. Ya se atisbaba su exitoso desembarco en Alemania y Latinoamérica.
Después de aquel octubre de 1996 en que se hizo el silencio, cualquier chispa, disparada en el momento adecuado, encendía los ánimos en el grupo. La fiebre Hibernó durante once años hasta que llegó el notición de la gira final. Aquellos últimos diez conciertos del reencuentro en los que me regalé el show en el Club Ciudad de Buenos Aires, en Argentina, y ellos, los Héroes de nuestra vida, nos entregaron aquella memorable despedida en el Circuito de Cheste de Valencia.
“Este es el último concierto”, se escuchó en la voz de Enrique. Y así fue. Volvieron la fiebre y el resto de síntomas inequívocos de que realmente sí era un apóstol. Lo era a los catorce, cuando su aparición dio sentido a mi adolescencia, lo sigo siendo superados los cincuenta, y recaería sin remedio en busca de las sensaciones vividas durante aquella bendita etapa de nuestras vidas. Hoy todavía nos sentimos afortunados de haber vivido todo aquello. Música para toda una vida
Javi «Valencia»